Cuando el rey Asa dejó que el orgullo y la vana ilusión de la prosperidad se apoderaran de su corazón, temió que algún día alguien quisiera apoderarse de su reino. Entonces, temiendo que esto pudiera pasar, decidió construir muros y torres, poner puertas y cerraduras en las ciudades. También se armó, preparó un ejército para protegerlo. Con eso, desvió la protección del Señor de sí mismo y de su pueblo. Asa se dejó dominar por el espíritu del miedo y consideró que él mismo debía protegerse de un enemigo que aún no existía. Se dijo a sí mismo: "Hagamos esto mientras la tierra todavía esté en paz." Qué tonto fue. ¿No era el Dios que le había dado paz todos esos años más eficiente para mantenerla en paz? Tal necedad hizo que el diablo trajera contra él a un enemigo mucho más fuerte que él para derrotarlo. Si el rey Asa no se arrepintiera en el momento oportuno y clamara al Señor, sus enemigos lo habrían masacrado.